Hay noches en las que no puedo dormir y mañanas en las que a duras penas puedo levantarme. Hay tardes en las que el café no hace efecto y otras donde la ansiedad me dice que ya fue suficiente. He tenido que ver constantemente mis manos para saber si estoy, dejarme notas escondidas para recordar lo que estoy haciendo y golpearme de vez en cuando para no perder el camino.
También, hay momentos en los que no puedo dejar de distraerme y otros en los que quisiera poder hacerlo. Esos días en los que pienso que te estoy pensando pero luego recuerdo que ya no eres como te recuerdo, que ese «alguien» ya no existe, o que tal vez nunca fuiste como creí que eras, <mea culpa>.
Cuando miro al techo me enfrasco en discusiones con voces hipotéticas con dialécticas que no puedo comprender, voces de aquellos que pasaron y no se quedaron, voces idealizadas de quién creen que debería ser y tu voz, aquella que tanto admiraba sin importar lo que tuviera que decir.
En las noches, el diablo me susurra al oído y vuelve el viejo cosquilleo a las muñecas, la tranquilidad se me escurre de las manos y pienso en lo mucho que deseo que te vayas de aquellos lugares en mi cabeza por los que rondas y a los que ya no perteneces. Porque por más que no sepa si estoy o no, si eres o nunca fuiste lo único que tengo claro es que te amo, pero ya no te quiero.